Los primeros 80 en Marvel fueron una gran época. Muchos fans y críticos coincidimos en que probablemente fue la mejor desde la época inicial, entre el 61 y el 68. Ambas tienen cosas en común, como grandes talentos a los lápices o un Editor en Jefe con una muy personalidad muy fuerte: Lee en los 60, Shooter en los 80.

La etapa de Shooter puede presumir de etapas consideradas clásicas, que van desde La Patrulla-X de Claremont y Los 4 Fantásticos de John Byrne, al Spiderman o Los Vengadores de Roger Stern, sin olvidar de la mejor etapa de Thor desde Jack Kirby, la de mi admirado Walter Simonson. Las ventas de la editorial eran excelentes, y las áreas de negocio de la misma se expandían poco a poco a otros sectores, como las licencias cinematográficas o de juguetes, o los servicios de consultoría.

En el campo de las licencias no sólo Marvel adquirió los derechos de algunas líneas de juguetes para adaptarlos en una serie de comics, como el caso de la mítica ROM, Los Micronautas o Transformers, sino que también se dió el caso de que licenciase esta editorial sus personajes a Mattel para una línea de figuras articuladas, tal y como su Distinguida Competencia había hecho con Kenner. Y es precisamente aquí donde entran en juego las primeras Secret Wars.

Según relata el propio Jim Shooter, Mattel sólo estaba interesada en adquirir la licencia de los personajes si la editorial publicaba un evento que generase muchísima atención, así que tras el brainstorming de rigor, se establecieron unas pautas, como que tenía que ser una confrontación de héroes y villanos, con sus vehículos y fortalezas (para vender sets de juego, por supuesto). Shooter decía que cuando llegó el momento de ponerse manos a la obra se dió cuenta de que era el único capaz de sacar adelante el proyecto, aunque yo creo que, siendo el editor en jefe, prefería ser él el que se pusiera en el disparadero si salían las cosas mal.

Las primeras Guerras Secretas tenían un argumento muy simple: un ser omnipotente y omnisciente que lo era todo en su universo encontró una ventana a la Tierra-616 de los personajes Marvel y, deseando aprender más sobre ellos, abduce a los personajes más representativos de la editorial, llevándolos a un mundo creado con retazos de planetas de todas partes del universo (incluyendo un pedazo de Denver, Colorado), en el que fuerza a que buenos y malos peleen entre ellos.

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La serie no destacó por su calidad, teniendo un guión que no era ninguna maravilla, más dirigido a los niños que comprarían los juguetes, pero que se dejaba leer. La crítica se cebó con la serie de doce números, sobre todo por comparación con la excelente Crisis en Tierras Infinitas de DC. Sin embargo, fue todo un éxito de ventas, rozando los 750.000 ejemplares, lo cual eran unas ventas que no se veían desde dos o tres décadas. Así pues, los Grandes Poderes de la Editorial dieron el visto bueno a que hubiera una segunda parte.

Al final de las primeras Secret Wars, casi todos los personajes volvían a casa, con lo cual la secuela necesitaba un cambio de escenario. En vez de tener lugar en un planeta alejado, tendría lugar en la Tierra, a la que llegaría el Todopoderoso deseoso de aprender más sobre este universo, sobre la vida, lo que significa la existencia, y otras cosas más. Además, a nivel editorial iba a tener una diferencia notoria pues, al contrario que la primera serie, que era totalmente autocontenida, en esta se realizaría cruces con buena parte de las series de la editorial, explorando partes de la trama principal, las consecuencias de lo que allí sucedía o la reacción ante o hacia el Todopoderoso por parte de los personajes de la serie en cuestión. Y, precisamente, este volumen recoge los siete primeros números d la miniserie y casi todos sus cruces: los números omitidos o bien son de personajes sobre los que Marvel ya no posee los derechos de publicación o bien forman parte de arcos argumentales más amplios dentro de una serie determinada.

En cuanto a las historias contenidas en el volumen las hay de todo tipo. Hay historias que sin la trama del Todopoderoso en la Tierra no tienen sentido, y otras en las que este personaje sólo pasaba por allí y que sin leer la serie en curso no se entienden del todo bien. La calidad a nivel de guión de las mismas es irregular. Por ejemplo, la serie principal empieza bien, y se deja leer con agrado, ya que puede verse como un comentario sobre una época y una sociedad concreta a través de los ojos de un forastero en ella, pero va perdiendo fuelle poco a poco.

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De entre los episodios que son cruces hay algunos memorables, como el episodio de Daredevil en el que el Todopoderoso restaura la vista de Matt Murdock; o el episodio de Hulk, en el que el Todopoderoso actúa como Deus ex Machina, pero que explora la idea de que Hulk siempre ha sido parte de Banner, junto con una exploración sobre la vida de Bruce antes de ser La Masa. Otros episodios no son más que puro relleno, como el de Iron Man o el de Los Defensores (siendo especialmente sangrante este último, que para colmo, es el último número de la serie). A nivel de dibujo es irregular: Al Milgrom se defiende cuando tiene un buen entintado en la serie principal, y en los cruces nos encontramos con un maravilloso John Buscema, David Mazzuchelli, John Romita Jr, o John Byrne.

¿Merece la pena su adquisición? No es una obra maestra, pero tampoco es para tirarla a la basura. Es una historia ambiciosa, pero que no llega a cumplir lo que promete como historia épica o como análisis de un periodo concreto. Pero si te apetece leer uno de los primeros crossovers multitudinarios de la Marvel, te gustan los comics de los 80, o eres un nostálgico, este comic es para tí. Pero quedas advertido, amigo lector, de que es el primer volumen de dos, cuya segunda parte está programada para ser edita este Junio.

Puntuación

6.5

sobre 10

Lo mejor

  • El factor nostalgia.

Lo peor

  • Lo irregular de la historia.